Antes los vampiros vivían en su castillo, dormían en su ataúd y sólo salían para chuparle la sangre a alguna doncella descuidada de vez en cuando. Como este tipo de doncellas, las que caminan a solas de noche por los bosques transilvanos, son de natural poco inteligentes, en realidad lo que hacían los vampiros era una especie de selección natural de los más aptos, porque hay que estar muy loco o ser muy gilipollas para salir a pasear con tu delantal, tu cestita y tu exuberante pechuga por en medio de un bosque en el que le daría reparo meterse a Poli Díaz puesto hasta las ansas de farlopa. Además, por miedo de ser descubiertos y linchados (los aldeanos son muy brutos y a la que ven un colmillo más largo que otro ya están armados de garrotes y cosas que pinchan), los vampiros se alimentaban normalmente de ratas y otras alimañas infectas, con lo que contribuían no poco al control de plagas. Pero ahora, desde que los vampiros viven entre nosotros como si fuesen personas normales, esto es un sindios. Antes a los vampiros se les conocía perfectamente porque llevaban su capa, su pelo engominado hacia atrás, sus pupilas rojas, sus zapatos de charol, sus caras de ansia, sus chalecos, sus manos engarfiadas, en fin, lo que es un vampiro, vamos, que es que veías venir uno y te asomaba el hociquito del perro por el orto instantáneamente porque, desde lejos, se les notaban las aviesas intenciones. Ahora los vampiros parecen salidos de una revista de moda adolescente y uno no sabe muy bien a qué atenerse. ¿Dónde se ha visto un vampiro con el pelito peinado así, como si hubiese venido el aire y te lo hubiese dejado revuelto pero perfectamente colocado? Como no seas alérgico a la laca es que no adviertes el peligro ni de coña. Lo de los ojos rojos tampoco vale para identificar a un vampiro, porque uno no sabe si está ante un hijo de Satán, o ante un superviviente de un botellón. Y ni siquiera la palidez epidérmica es ya una razón incontrovertible para saber si alguien es un vampiro o no, porque, si lo fuese, entonces Andrés Iniesta podría transformarse en murciélago e hincharse a meter goles y a comer polillas. Antes los vampiros llevaban sus colmillos enhiestos y sabías a lo que te enfrentabas. Ahora, como les crecen sólo cuando van a morderte y tú estás en ese rapto extático de justo antes del chupetón, pues tienes que andar haciendo la cobra en cada reunión familiar cuando toca besar a los primos y palpándole disimuladamente la dentadura a tías y abuelas, lo que, además de asqueroso, es motivo para seguir siendo el raro del clan. Total, que lo mismo mi vecina no es que esté más blanca que la madre que la parió, que es que parece transparente la cabrona, que a esa la ve, fijo, el meteosat, que es que brilla, la hijaputa, de lo blanca que está, sino que es una vampira. Yo estoy que no vivo y a todo el que conozco le resulta extraño que le pida un certificado del dentista para seguir siendo amigos, pero fíate tú si tienes huevos. Clavarle a alguien una estaca de madera en el pecho con un martillo, por si las moscas, parece excesivo, pero no nos están dejando otra opción. Señores vampiros, por favor, seamos serios.
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