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martes, 11 de mayo de 2010

APUESTAS SEGURAS The Piper at the Gates of Down


¿Que podría yo contarles a ustedes para convencerles de que este disco es la repanocha, un must have, un top ten?.

Los antiguos Sigma 6 venían haciendo unas presentaciones live que bajaban las bragas allá por 1966. Con la ayuda de sus amigotes, tocaban sus cositas mientras se proyectaban documentales experimentales y se desorientaba al impresionable público con luces estromboscópicas (no, la idea original no era de los U2).

El bajo de Roger Waters, percusivo y violentamente imaginativo por aquel entonces, la batería del ahora piloto de rallys de coches clásicos Nick Mason, cuyo uso de los timbales estaba fuera de lo habitual, el ambientazo que derramaba el siempre dramático Rick Wright y con nuestro tarado favorito Roger (otra vez) Keith “Syd” Barret haciendo aullar a su telecaster, los Pink Floyd se perfilaban como la última sensación de la naciente industria musical británico-londinense.

En 1967 entran a grabar algo tan alejado como cercano a lo que hacían los malditos Beatles. Tiene la melodía, pero es muy, muy extraña. Tiene el sentimiento, pero tira a chungo, a mal rollo. Tiene el rock, pero le falta el roll. Tiene las horas de grabación y se notan. Me gustaría haber visto la cara del ingeniero de sonido Peter Brown el 16 de julio del 67.
Las canciones más accesibles, Lucifer Sam o Bike, son como pop, son como r&b, pero tienen un fondo alucinado que deslumbra.
Y las canciones menos domesticables son de las que hacen daño. Por el minuto siete del Interestellar Overdrive yo me suelo preguntar si esta canción no es, realmente, una tomadura de pelo. Pero se me pasa al final. Esta noche lo voy a oír otra vez.

2 comentarios:

  1. Tiene used razón, Sr Anónimo. Ya me escuece haber soltado semejante perla en una APUESTA SEGURA.

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