jueves, 5 de enero de 2012
Me dejas muerto
Lo estaba esperando, pero al final me ha pillado por sorpresa. Hablemos de milenarismo. El apocalipsis ha llegado.
Iba yo en el metro pensando en cómo es posible que con cinco millones de parados no se produzca una revolución cuando sufrí una epifanía inversa. Miré a mi alrededor con atención superlativa y me encontré rodeado de rostros mortecinos, carentes, vacíos, atontolinados. Esas expresiones inertes, esos cuerpos abandonados, meciéndose en absoluto silencio al ritmo del traqueteo, ese hilillo de baba que resbalaba por los belfos del oficinista sentado a mi lado; comprendí.
Oh, horror de mis horrores. Ha sucedido, me dije. ¡Estoy rodeado de zombis!
Pero, ¿por qué no me han atacado todavía?, pensé, ¿es que acaso desprecian mi cerebro?
- ¡Qué pasa, que mi cerebro no es lo suficientemente bueno para vosotros! ¡sibaritas! ¡melindrosos! ¡cabrones!
No reaccionaron. Se limitaron a mirar para otro lado.
Preocupado, me bajé en mi parada, me fui derecho a los baños de la oficina, me asomé al espejo... y lo que vi me dejó muerto.
El horror definitivo.
Sobre mi cara estaba la misma máscara inexpresiva, la misma palidez mórbida, idéntico atontolinamiento. No me habían atacado porque yo también soy zombi.
No sé cuándo ha sucedido, pero creo que llevamos así bastante tiempo. Somos todos zombis. La verdad es que no percibo mucha diferencia entre estar vivo o estar muerto. Voy cada mañana al trabajo, vuelvo a casa por la tarde, veo algo en la tele, me acuesto, y luego suena el timbre y vuelta al trabajo. Llevo una muerte plena y me considero afortunado, porque hay muchos zombis en paro.
Ayer me noté una especie de rebeldía interna, un ligero cosquilleo vital, un bienestar que me subía y me bajaba, un democracia real ya, un conocimiento de causa y un como anhelo de justicia social. Preocupado, me fui al médico de cabecera. Me recetó unas cápsulas de cianuro, y gracias a ellas he vuelto a dejar de sentir. Ni frustación, ni ira, ni compasión, ni deseos de una muerte mejor. Estoy estupendamente, gracias. Súbanme los impuestos, me da todo lo mismo.
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A TU GLORIA VENGO,
CINEFAGOS DE MERIENDACENA,
LA MIRADA PERDIDA
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Ya será menos, ¡quejica!
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