En esta casa no somos muy aficionados a los bares. Nos resulta extraño el ambiente, los ruidos, los olores e, incluso, los sabores.
Por eso lo pasamos tan bien cuando salimos. Como Stendhals del siglo veintiuno, caemos postrados ante la magnificencia de las costras de los techos, esas gambas secas tras las enmohecidas vitrinas, nos anonadamos ante los suelos de color indefinido (también nos quedamos pegados algunas veces), una escojonación.
Pero últimamente venimos pasmándonos ante los bodegones de los escaparates de los restaurantes caros, auténticas obras de arte algunos, jocosas representaciones de lo que te puedes encontrar dentro los otros.
No dejen de visitar los de la calle Arenal, en Madrid. Alucinantes.
Mas mierrrrda quel palun gayinero!!!!!!
ResponderEliminarMas mierrrrda quel palun gayinero!!!!!!
ResponderEliminarGallinero, monsieur, con elle.
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