martes, 20 de septiembre de 2011
¿De qué están hechas las pizzas del supermercado?
Te tiras veinte minutos decidiendo entre la capriccio toscano, la mediterranea delicadísimas hierbas (las espiga un hada rubia con el primer rocío) y la Tucky Kentucky barbara-Q, y al final todas tienen el mismo sabor abstracto, vagamente aprensible, como a espíritu de cartón mojao.
Intrigado por tan luctuosa palatabilidad (patalabalidad... palatalabilididad... palaleliobviedad... en fin, lo que sea) le di la vuelta al envase en busca de la lista de ingredientes. Así pude saber que las pizzas de supermercado están compuestas de:
Papel, cartón, ilusión óptica, confetti, colorines varios, ideas confusas,muebles de ikea reciclados, pulpa del cha-cha-chá, melodías tradicionales, chiribitas, melindres y memeces.
Advierten: ocasionalmente puede contener trazas de champiñón.
Eso sí, todas esas pizcas de cosas inidentificables se sitúan tan estudiadamente equidistantes que el reparto lo realiza la computadora que ganó a Kaspárov al ajedrez, de tal modo que hay una única manera de llenar con tan escasas esquirlas de nada la redonda superficie de corchopán en que todo ello se asienta.
En las pizzas mediterráneas, en concreto, hay una cosa oscura que tienes que mirar dos veces para convencerte de que de verdad está ahí, y supones que debe tratarse de aceitunas negras segmentadas con una cuchilla de afeitar antes de laminarlas con un cabello para posteriormente adelgazarlas con un láser hasta lograr que alcancen un grosor cuántico inferior a un átomo. Que está, pero no está, para entendernos. Y el estar lo percibes como un remoto empeño, más como onda que como partícula.
No puedo elevar el asunto a la asociación de consumidores porque sin microscopio electrónico soy incapaz de extraer una muestra. Cada vez que intento extraer alguna de esas insignificantes mierdecinas con ayuda de una lupa y unas pinzas, se me diluye el asunto en la nada, como la carne de Drácula. Pero me da que eso negro que es y no es, no es una aceituna. Como mucho, es el liviano residuo de un olvidado pesar, porque me lo imagino con un distante sabor levemente amargo.
Hemos solucionado el problema de la explosión demográfica. Ya somos capaces de alimentarnos de nada.
En capítulo aparte analizaremos de qué fantasmal materia están hechas las servilletas de los bares, y cómo han logrado darle a un ectoplasma una apariencia de realidad. Qué presuntuoso afán, tratar de limpiarse con tal liviandad unos dedos manchados de jugo de gamba. Si se inventara algo más preciso que un láser y fuéramos capaces de reducir una micra su grosor, se elevarían gozosamente al cielo, más ligeras que el propio aire que las sustenta.
Se ve que poco a poco estamos logrando vivir en un mundo ideal.
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Mmmm...que hambre.
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