Me encontraba a la sazón en Ávila, pasando el fin de semana con mis tíos, y salí de buena mañana dispuesto a recorrer los dieciocho kilómetros que marcaba mi plan de entrenamiento como objetivo para ese día. Corrí hacia la puerta (una vez calentado y estirado), la crucé con donosura y virilidad atléticas y me encaminé, cuesta abajo, tratando de encontrar mi ritmo y de quitarme una legaña. Vi a un señor y a un burro. Y prácticamente en ese instante pisé una piedra y me recontratorcí el tobillo procediendo con la dignidad que me es propia a darme una ostia de campeonato y a gemir de dolor cual ultrajada ninfa. Recorrí como pude de vuelta los cincuenta metros que me separaban de mi punto de partida, las mallas rotas a la altura del culo y con una sensación de ir a perder mi presencia de ánimo en cualquier momento. El paisano me preguntó a grandes voces “¿Pero que tá pasaoooo hombreeee, si ibas bien hace un minutooooo??!!!” y yo contesté “que lo he sentío tronzar, señorito!!!”, con una voz involuntariamente aguda y trémula, con lo que el hombre no sólo dudaría de mi condición sexual, con esa pinta, sino también, estoy seguro, de mi salud mental. El burro no me dijo nada. Metí el pie en el pilón que tiene mi tio (en Ávila a las nueve de la mañana el agua está como la que rodeaba al Titanic) y lo ví hincharse, ponerse verde y después morado, entre unos sufrimientos que sólo mi inveterado orgullo me ayudó a soportar. Esperé a que se levantase la gente unos veinte minutos porque no hay timbre y porque me daba vergüenza gritar que me había roto la pierna y, cuando ocurrió, una vez desayunados, me montó mi mujer en el coche y ...
jueves, 3 de febrero de 2011
RELATOS LARGOS. Hoy: la ostia en el monte
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CHOCHO VINTAGE,
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YA PUEDES CORRER
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